lunes, 11 de abril de 2016

El Hilo Negro



Según la tradición japonesa, un hilo rojo invisible conecta a aquellos destinados a encontrarse a pesar del tiempo y el lugar. El hilo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca se romperá...

Aquella mañana el hilo apretaba con fuerza su meñique. Tanto que podía sentir cómo la sangre prácticamente había dejado de circular. Supuso que a ella le ocurría lo mismo al ver su cara de preocupación.
Durante años habían omitido los tirones de los hilos. Querían creer que antes o después el dolor desaparecería y solo quedarían ellos. Pero no había sido así. Sus destinos estaban sellados con otras personas. No le cabía en la cabeza el motivo que habían tenido los dioses para decidir que no estaban hechos el uno para el otro. Cómo habían sido tan insensibles para unir sus vidas a las de extraños que debían encontrar en ellos el otro extremo de su hilo.
Se acercó a ella con cariño, como cada día. La estrechó entre sus brazos e intentó besarla, pero ella rechazó su contacto. Por primera vez desde que se conocían, ella le mostraba rechazo. Sintió romperse algo en su interior. Una parte de ella que siempre lo acompañó y ahora se desvanecía.
Se apartó un poco extrañado por aquella actitud. Ella simplemente alzó una mano. Mostró su dedo meñique con un trozo de hilo ajado. Cortado y pintado de negro.
Él frunció el ceño tratando de comprender.
Ya no estaba. El otro extremo había desaparecido. En sus ojos adivinaba la culpa por haber privado de felicidad a otro ser.
Ella lo miró, diciendo con los ojos lo que no se atrevía a poner en palabras. Su deber era buscar a la mujer que aguardaba al otro lado.
El silencio se hizo insoportable, interminable. Sabía lo que tenía que hacer, pero llevaba tanto tiempo luchando contra ello que solo pensarlo le revolvía las entrañas.
Caminó apenas cuatro pasos en dirección contraria a ella, decidido a dar una oportunidad al destino. Entonces, una mirada fugaz se deslizó hasta ella. En su rostro aún descubría a la niña que una vez volaba cometas junto a él. Y no pudo hacerlo.
Se llevó su propia mano atada a los labios y depositó un suave beso sobre el nudo. Tomó aire y la determinación más importante de su vida al mismo tiempo. Sujetó el hilo con las dos manos y tiró con la fuerza que daba el amor verdadero.
A pesar del destino y a pesar de la maldición, el hilo cedió y partió dejando apenas unos centímetros atados al meñique. En el mismo momento en que ya no fue uno, el hilo se tiñó de color negro apagado.
Él tomó la mano de ella y como pudo realizó un nuevo nudo con los pequeños trozos de hilo que adornaban sus dedos. Sellando por fin la unión que debió existir desde su nacimiento.

En un lugar no demasiado lejos, una mujer sintió un pinchazo en su pecho. El lugar donde otro hilo rojo se rompió y se tiñó de negro, dejando a su dueña sola eternamente…


sábado, 8 de agosto de 2015

Inseparables




El humano miró a las pequeñas aves por encima del hombro. Aquellas que, sin tener que rendir cuentas a las leyes del hombre, habían elegido estar juntas para siempre. 
Amarse sin condiciones, estar siempre el uno para el otro. 
Sin que nada ni nadie pudiese separarlos. 

Entonces los pájaros, sujetos a su frágil rama, miraron al humano. 
Aquel que, teniendo la capacidad de pensar, elegía hacer daño a quien más le amaba. 
Y sintieron compasión de él. 
Se creía el dueño del universo, pero tenía todo por aprender.

lunes, 27 de abril de 2015

Blanco y Negro





Resultaba complicado saber si aún era de día o ya había caído la noche. Tras una larga jornada de trabajo debía suponer que la hora era nocturna, pero el mundo monocromático no ayudaba a descubrir el momento.
Chaplin regresó al lugar en el que muchos de sus compañeros se reunían, otros que se habían adaptado mucho mejor que él a esos tiempos modernos.
Nada más entrar vio a Buster Keaton con su cara de payaso triste, jugando a ser el maquinista de un pequeño tren a escala. Apenas levantó la vista para saludarle y siguió a lo suyo.
Chaplin tomó asiento en el centro de la sala. El lugar más despejado para ver el escenario y la pista de baile.
Humphrey y Audrey danzaban al ritmo de “La vie en rose” que habían aprendido gracias a Sabrina en una estampa perfectamente romántica.
En su rostro se dibujó una sonrisa mezcla de ternura y melancolía, pero algo hizo que saliera de su ensoñación. En la mesa más alejada Groucho se puso en pie y comenzó a cantar por encima de la música del piano. Su tono de voz grave y potente auguraba una noche en la ópera. Por suerte el silencio de quien no se reía atrajo su atención.
Tal vez fuese peor así. Groucho se acercó a él y golpeó la mesa con las palmas de las manos.
-         Anímate, Charlie. Ahora puedes expresarte, aprovecha la ocasión.
Chaplin tomó un papel y un lápiz que siempre llevaba encima. Escribió algo y se lo entregó a Groucho.
“Imagina que todo tu mundo cambia y no puede volver atrás”
Groucho se entristeció con el mensaje de su compañero. Ambos se dedicaban al humor, y era sumamente difícil hacer reír a los demás teniendo el alma tan oscura.
La música cesó de repente.
Un foco proyectó un halo de luz desde el cielo, y como si por él descendiera un ángel, apareció una mujer rubia de proporciones perfectas a quien todos conocían bien.
Los aplausos se sucedieron mientras Marilyn colocaba el micrófono y esperaba el inicio de la música.
Detrás, Tony Curtis y Jack Lemmon vestidos de mujeres con faldas, se enamoraban de ella a lo loco.  
Marilyn separó levemente los labios y empezó a cantar sensualmente.
-         I wanna be loved by you…

 
En cuanto las primeras notas salieron de sus cuerdas vocales, una ola de color inundó la sala. La escala de grises dio paso a todos los tonos del arco iris. El vestido dorado de la musa relucía en las paredes de pronto pobladas de decenas de matices.
Chaplin abrió la boca embelesado por la belleza de los colores y por la belleza del sonido. Dejó escapar un jadeo de admiración y a su rostro volvió la sonrisa sincera que había perdido.
Groucho observó el cambio de expresión que se había producido en Chaplin. Los colores también habían iluminado el interior del hombre sin voz. Colocó una mano en su hombro y simplemente dijo:
-         A veces, cambiar es bueno.